Triste se quedaría Rocío si viera como está su hijo José Fernando, que al final parece que anda de nuevo en malos pasos. El pueblo donde se casaron sus padres, Castilblanco, se ha convertido en su particular Macondo, allí vuelve siempre, allí encuentra lo mejor… pero también lo peor. El rosario de clínicas por las que ha pasado para curarse de su enfermedad, desde la de Pepe el Marismeño en Barcelona hasta la López Ibor, de Madrid, pasando por la de Albacete, se las ha pagado su padre, Ortega Cano afortunadamente está en buena situación económica. Para lo otro tiene los últimos flecos de la herencia de su madre, un millón de euros que se están acabando rápidamente. El padre ya le ha advertido que no le va a pasar asignación ninguna ¿Y entonces qué?