Noche de bodas accidentada

Rey Juan Carlos y Reina Sofia

Me llamó muy de mañana. Me extrañó porque apenas lo conocía. Y más me extrañó cuando me soltó: “Querría hacerte una entrevista”. “¿Cuándo?”, le contesté. Dudó…“¿En media hora?”. Me atraganté con el café con leche. Ducha rápida, me lavé el flequillo, me maquillé, pantalones vaqueros, tacones… Apareció puntual, con la sonrisa entre el paréntesis de sus hoyuelos y al cabo de cinco minutos me hizo sentir como en casa. ¡Sí, estaba en casa, pero yo ya me entiendo! Era un chico normal hablando de cosas normales, de Madrid y Barcelona, del AVE, de viajes, Nueva York. Se me pasó el tiempo volando, llegó mi hijo y se estuvieron riendo de una película muy mala que habían visto ambos. Cuando se fue, mi hijo dijo asombrado: “¡Es como mis amigos!”. Y ahora, con 40 años, como es natural quiere/va a ser padre. Luego me enteré de que me entrevistó porque la tía de Jesulín le había dado plantón y tenía que amortizar el viaje, pero qué más da. Así conocí a ese ser humano tan normal que se llama Kiko Hernández.

Los Reyes, sin intimidad

Cambio de asunto. ¡De un rey de la tele a la reina de España, con permiso de Letizia! El mismo día en que esta revista salga a la calle, Sofía cumple 78 años. Ignoro cómo lo pasará, pero si les cuentan que ha soplado amorosamente las velas con su marido, intercambiando después un beso en los labios, ¡no se lo crean! Como dijo hace poco la Reina a una prima: “A solas Juanito y yo no nos vemos nunca”. Y es que desde hace 41 años ya no hay intimidad en el matrimonio. Un matrimonio que empezó de forma peculiar. Noche de bodas en los 65 metros de eslora del barco Creole, del millonario Niarchos, que también regaló un soberbio conjunto de diadema, collar y pendientes de diamantes y rubíes, y un velero de oro que hoy don Juan Carlos tiene en su despacho. El suelo del camarote que albergaba el tálamo nupcial estaba recubierto de moqueta blanca y pieles de ciervo, y en las paredes había un greco, dos renoirs y un toulouse lautrec. El cuarto de baño, con grifería de oro y mármol de Siena, tenía un espejo veneciano que había pertenecido a los Borgia.

Su primera noche juntos

¡Pero poco pudieron los recién casados disfrutar de esta opulencia! Y no porque estuvieran entregados al disfrute mutuo de sus cuerpos jóvenes y ardientes, sino porque a Juan Carlos, que llevaba el brazo escayolado, se le había infectado la herida y el yeso se le adhirió a la piel. Sofía, que era enfermera, tuvo que despegárselo centímetro a centímetro por medio de unas pinzas. En fin, una noche de bodas en la que en lugar de ser ella la que gimiese, según contó la marinería, solo se oyeron los alaridos que profería el novio. Cuando el barco llegó al puerto de El Pireo (Grecia) una mujer tuvo la oportunidad de acercarse a Sofía y besarle la mano. “Na zisete, basilissa”, le dijo. ¡Sí! ¡Larga vida, princesa! ¡Pedazo de historias les estoy contando esta semana!

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