“Estoy muy bien, gracias, pasando los mejores años de mi vida”. Así se confesaba Mario Vargas Llosa hace un par de meses con una amiga común que se interesaba por su estado. Se lo encontró en un evento literario al que acudió sin su novia, “no se le caía la palabra Isabel de la boca, esto a Isabel le encantaría, había bufet de picar y dijo medio en broma, ‘me he acostumbrado a que Isabel me alimente’ y en un momento dado le dijo a su hijo Álvaro ‘acuérdate de llamar a Isabel para preguntarle cómo se encuentra”.

Estos días se achacan a la Preysler y a su perfidia oriental todos los males que sacuden a esta familia: el enfado de Laura Boyer, según ha contado ella misma en Lecturas, y la manipulación de los nietos de Mario para sus propios fines. Pero en este último caso la mano que mece la cuna es la de Gonzalo, el hijo mediano, que siempre ha mantenido una actitud distante y competitiva con su padre, incluso en épocas prefilipinas. Voces cercanas a la familia se quejan de que, “es inaudito que Gonzalo hable de exhibicionismo y afán de lucro cuando él concedió entrevistas remuneradas, no solamente cuando estaba con Genoveva Casanova, sino con su siguiente y desconocida novia, soltando perlas como, ‘no descarto volver a casarme’. Tiene celos de su hermano Álvaro, más brillante que él y más unido al padre…”. Pregunto quién acudirá entonces a la boda de Ana: “están invitados todos los nietos de Mario a sugerencia de Isabel, pero no creo que vayan”. Pregunto por Patricia: “Se ríe de todo esto… Las señoras bien de Lima, que son un clan muy cerrado, la arropan y la quieren. ¡Allí la auténtica reina de corazones es ella!”.