Pilar Eyre

Pilar Eyre

Raphael

Fidel Castro tenía locura con Raphael y le suplicaba que actuase en la isla

Raphael, hombre. ¡Lo de Raphael no tiene explicación! ¡Cien galas este verano, disco nuevo, gira mundial, 72 años, trasplantado de hígado! Lo observo mientras espera para actuar en ‘Qué tiempo tan feliz’. Nervioso, se sienta, se levanta, se enfada, pregunta por qué no le han traído las letras de las canciones, se toca la garganta, hace ruidos extraños, vuelve a sentarse… Una vez se definió delante de mi magnetofón como “rellenito tirando a gorditín” aunque ahora está delgadísimo, su breve cuerpo de adolescente embutido en una chupa de cuero y un vaquero apretado. Pero, ¡ah cuando se planta debajo del foco, crece varios metros y todos nos sentimos apabullados por esta presencia poderosa y este chorro de voz de 24 quilates!

Despertando pasiones

Para ese mismo sábado estaba precisamente anunciada la primera actuación de Raphael en La Habana, un concierto cancelado hace meses sin explicaciones, quizás por presiones de los cubanos en el exilio. ¡Sé de lo que hablo! Raphael me invitó hace años una semana a Nueva York y vi cómo los cubanos huidos de la isla se arrodillaban a su paso. En el Radio City Music Hall me senté al lado de una familia de La Habana, que me explicó que Castro tenía locura con Raphael y cada año le suplicaba que actuase en la isla, “pero él se niega porque es uno de los nuestros, que se joda el comandante”. Me extrañó porque Raphael acababa de actuar en la Rusia comunista y el presidente Breznev, sí, aquel de las cejas gordas, le había dado un ramo de flores y un beso en la boca y así se lo comenté cenando en el restaurante neoyorquino Côte Basque. Raphael me confesó apurando el vodka con naranjada del aperitivo: “No es por ideología, yo no soy de derechas ni de izquierdas, pero mientras haya cubanos en el exilio, no voy a cantar a Cuba ¡aunque la llevo en el corazón!”. Ahora que se acaba de morir Fidel, quizás haya llegado su momento.

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