¡Cien millones de pesetas! Es lo que pagó en el año 81 la firma de cerámicas valenciana a Isabel Preysler por protagonizar sus anuncios. Sucedía a una crepuscular Gina Lollobrigida. En la rueda de prensa subsiguiente lucía un vestido rojo tan apretado que se lo tuvieron que coser encima y se apoyaba lánguidamente en el teclado de un piano. Titulé “sosa, pero fascinante”. Como una reina, fue con Cháveli a la fábrica de Castellón en un jet privado y los más viejos del lugar aun la recuerdan, “¡nos saludó con un beso!”. A la vez, Julio Iglesias cobraba por un anuncio con Coca Cola justamente la mitad que Isabel, lo que le llevó a menguar las 180.000 pesetas de pensión que le pasaba. Que se unían al millón que le pagaba también al mes una revista. No es extraño entonces que la Preysler tuviera que abonar ese año 23 millones de pesetas a hacienda. Fue una época de vértigo: se separó de Griñón, se fue con Boyer ¡y conoció a Vargas Llosa! Un amigo mutuo catalán me cuenta: “le dije, Isabelita, a ti lo que te conviene es un hombre divertido como Vargas Llosa y no un muermazo como Boyer”. Pero Isabel debió decirse ¿para qué contentarse con uno pudiendo tener a los dos? Ahora, eso sí, como somos decentes, uno después de otro.