La protagonista es Marta Ferrusola, la mujer del president Pujol. La conozco bastante. No solamente porque somos vecinas, y la veo en las tiendas del barrio, sino porque durante muchos años trabajamos juntas en el programa radiofónico de la añorada Ode-tte Pinto. Aún recuerdo la que se armó cuando un lunes llegó y nos soltó, indignada: “¡Quiero hablar de la amante de mi marido!”.

Normalmente, departía durante una hora sobre temas cotidianos, “hoy he puesto para comer arroz a la cubana, que al president le gusta mucho”, “las faldas cortas no me favorecen porque no tengo las rodillas bonitas” o aconsejaba sobre temas íntimos, “si tu marido no quiere hijos, convéncele, porque las que mandamos en casa somos las mujeres”. Pero el día de autos se colocó los cascos con fiereza, dio un golpe en la mesa y soltó: “Se está diciendo que el president tiene una querida. Mi marido no es ni Tarzán ni Supermán, le dedica a Catalunya 24 horas, no hace caso ni a la familia, ¿y creen ustedes que se va a echar una amiguita? ¡Lo desmiento rotundamente!”.

Ode-tte le preguntó si Pujol le había obligado a refutarlo, y Marta soltó una risotada sarcástica: “¡Claro que no, él ni se ha enterado de esta chafardería! Pero se está haciendo daño a mis hijos. Mi marido representa a Catalunya y su dignidad está por encima de todo”. Ya en la calle, me confesó, en castellano: “Es una mentira como una casa que han hecho correr cuatro imbéciles”. Al día siguiente los periódicos titularon: “Això és una dona! (¡Esto es una mujer!)”, y no sería verdad lo de la amante, pero a partir de entonces doña Marta se cortó el pelo, se hizo mechas, se puso pantalones, acompañó a su marido a todas partes, y del asunto nunca más se supo.