Mi perra Leo suele quedarse, mirando la televisión. No creo que espere a verme como antes, pero le gusta mucho cuando salen animales y ladran. Debe entenderlos perfectamente mejor de lo que yo pillo el tono a algunas tertulias. Luego, se gira y se va a por agua. Esta vez, me inquietó verla atenta a las imágenes del Toro de la Vega, tan quieta, tan en silencio, tan señora. Supuse que alguno de su especie ladraba a lo lejos del descampado donde sucede tal barbaridad.

Doña Leo es la cuarta de las perras que me han acompañado en casa. Antes, hubo otras. Coco vivió dieciocho años y se durmió para siempre después de darle un ligero lametazo a mi madre. Plácidamente, se fue en paz. Va por ella y por todos los que tienen animales.

Perra Leo

Aquí, no estamos acostumbrados a que Rajoy salga en fotos con su perro. Ignoro si lo tiene. Pero, en EE UU, es normal ver al presidente jugar con su mascota. El de Obama es negro, peludo y se llama Bo. Aznar hacía lo propio en vacaciones corriendo con los suyos por Marbella. George H.W. Bush presumía de Waco en Texas. Y su hijo George W. Bush, con Barney, en la Casa Blanca. La reina Isabel II de Inglaterra deja que los numerosos corgies que tiene paseen por el Palacio de Buckingam. Allí ha sido habitual. El primero que entró a los nobles pasillos fue en 1933, bajo el brazo de Jorge VI, padre de la reina. Se llamaba Dookie. Cuando cumplió dieciocho años recibió a Susan, otra corgi, como regalo de sus padres. Durante todo este tiempo de largo reinado, ha visto pasar a muchos. Los más famosos –Holly, Willow y Monty– salieron hasta en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Londres junto a la Reina y al agente 007.

Reina Isabel y Obama con perros


La nuestra, Sofía, también ha sido fiel amiga de los perros. Creo que ha tenido un san bernardo llamado Beethoven y algunos lhasas, terrieres y schnahuzers. Y sí, también ha posado con ellos. De Letizia y Felipe preguntaré.
Me gustaría un gesto de los Reyes al respecto. Igual que presiden actos aburridísimos, estaría bien uno en contra del maltrato animal. La ‘Reina Madre’ lo agradecerá porque cuando más feliz la he visto en su vida ha sido junto a animales. Pienso en aquella maravillosa foto junto a un burro. Aunque supongo que los reyes están para cosas más importantes en las que no entro. Pero, como el día es tan largo y da para tantas cosas… aquí queda.

Reina Sofía


En fin, a lo que iba, que doña Leo no opina y, si lo hace, no puedo entenderla. Me quedo mirándola y pienso en la salvajada que sale por la tele. Muchos de esos también tendrán perro. De hecho, no eres mejor persona por tenerlo, ni peor por lo contrario. Pero, qué queréis que os diga, empatizo frecuentemente con la gente que cuida de los animales. Eso sí, con la gente que los cuida bien.
Para mí, os cuento, la mejor red social que existe es pasear a mi perra. Más allá de todas esas aplicaciones de Instagram, Twitter o Tinder en las que compartes palabras, emociones y ligas, una mascota, cuando tira de la correa, se para con otra de su género en la calle y te obliga a charlar con el dueño o la dueña es mano de santo. “Hola, qué tal”. “¿Cómo se llama?” “¿Paseas mucho por aquí?” “Ya están oliéndose, perdona”…


El éxito de una pareja empieza cuando los perros se huelen. Ante semejante pérdida de pudor público, toca reír y sentarse a tomar una caña. O compartir el teléfono del veterinario de esa tienda en la que venden galletas para perros, una de correas. Qué se yo. Es mi oferta pública ante tanta red social para ligar.


Doña Leo es una experta, tanto como Totó en el Mago de Oz. Ha aprendido a pararse a saludar según mis gustos y no según los suyos. ¿O será que nos hemos mimetizado los dos, la perra y yo? Se lo preguntaré a mi admirada Rosa Montero, periodista y escritora directa, tersa, amante del riesgo, de la curiosidad y de la palabra exacta. Pero, sobre todo, amante de los animales. Rosa demuestra total maestría en sus libros, pero también en la vida. Si hay una raza de personas, yo quiero ser de las de ella.