Gran fiesta en Oviedo con motivo de la entrega de los premios Princesa de Asturias que han cambiado el nombre pero no la esencia. Es el gran momento de la reina Letizia, el lugar y la ceremonia que parecen encajar en ella como un guante y donde se luce, tanto por fuera como por dentro. Mucho tiene que ver que Letizia Ortiz Rocasolano nació en Oviedo y volver, primero como princesa y ahora como reina, a la ciudad donde creció y en donde están fijados sus primeros recuerdos no es cualquier cosa.

La primera vez que doña Letizia se sentó en el escenario del Teatro Campoamor fue en la edición de los premios de 2004, cinco meses después de convertirse en princesa de Asturias. Con un abrigo de color crema sobre un vestido conjuntado con enorme lazada al cuello y un elaborado peinado ondulado semirecogido, doña Letizia estuvo al borde de las lágrimas durante toda la ceremonia, sobre todo cuando el entonces Príncipe la citó en su discurso y el teatro se puso en pie para aplaudirla. Aquella joven, de 32 años, apareció tímida y temblorosa, emocionada de estar protagonizando una situación que, quizá jamás había imaginado. Ella, que el año anterior había presentado los premios como periodista de TVE, se encontraba allí con los ojos de medio mundo puestos en cada uno de sus gestos.

Han pasado once años y es obvio que aquella chica que bajaba la mirada para que no la vieran temblar ya queda poco. El viernes, en el mismo escenario y sentada sobre la misma silla de alto respaldo tapizado, se encontraba una Reina de 43 años que mantenía la espalda recta y la cabeza alta. Vestida con un sugerente modelo de Felipe Varela, que por fin se dejó de cursilerías y apostó por un atrevido diseño de cuerpo negro ajustado y falda de volantes de diferentes tonos, doña Letizia creció de repente ayudada por un detalle de carácter simbólico; por primera vez, tiaras aparte, se adornó con unas piezas provinentes del joyero real: un magnifico collar de perlas que ha pasado por los cuellos de las mujeres que la han precedido en el puesto de reinas: María de las Mercedes, esposa de Alfonso XII, Victoria Eugenia, casada con Alfonso XIII, la condesa de Barcelona y la reina Sofía, conjuntados con unos pendientes de perlas y diamantes a juego.

En Asturias, la Reina fue un tres en una. A la moderna majestuosidad, o viceversa, de su aparición en la ceremonia de la entrega de premios, hay que añadir su presencia más ejecutiva, enfundada en un vestido color burdeos, firmado por Carolina Herrera, que lució en la recepción a los premiados y posterior comida que tuvo lugar al mediodía en el hotel La Reconquista. En ese acto, la Reina siempre se retira pronto tras compartir un plato, mejor dicho una tapa, de fabada y un carballón (dulce típico asturiano) con un grupo de invitados con los que siempre se sienta en un extremo del salón para después subir a sus habitaciones para prepararse para la ceremonia de la tarde. El Rey, que no tiene que peinarse ni maquillarse, se queda un rato más y también la reina Sofía que nunca falla y que siempre asiste a la ceremonia desde un palco del teatro, desde donde contempla orgullosa cómo su hijo ha ido construyendo un personaje y una personalidad a la que nadie, o casi nadie, pone pegas.

Pero sigamos con doña Letizia, la que luce en todo su esplendor de la ceremonia, la que mide su tiempo y, finalmente, la que no puede evitar ejercer de estrella como la noche del jueves cuando, enfundada en un mono negro, con sus musculosos hombros al aire, asistió a un coloquio homenaje al cineasta Francis F. Coppola. Las tres mujeres confluyen en una sola, una Reina que sabe lo que quiere, que hace lo que quiere y que si quisiera nos dejaría cada día con la boca abierta.