Leonor y Sofía de Borbón son dos niñas tan normales o especiales como cualquier otra pero cuando a sus nombres se anteponen, respectivamente, los títulos de princesa e infanta, la cosa cambia. Educar a las dos hijas de los Reyes puede parecer una tarea complicada pero no lo es tanto si tenemos en cuenta que el suyo no es un caso único: su padre, sin ir más lejos también fue niño e hijo de rey. El 11 de septiembre, las dos hijas de los Reyes comenzaron el curso escolar y, un año más y a diferencia de otras casas reales, la llegada de las niñas al colegio Santa María de los Rosales, en un coche acompañadas de sus padres, se consideró un acto estrictamente privado por lo que los medios de comunicación tuvieron que conformarse con fotos de la familia entrando en el recinto escolar dentro del vehículo. Salvo contadas ocasiones, como el ingreso en la escuela de cada una de ellas o la primera ocasión en la que las dos hermanas fueron juntas, la Zarzuela no es partidaria de facilitar imágenes de princesa Leonor y la infanta Sofía en su primer día de colegio. Tampoco se ofrece ningún tipo de información sobre el plan de estudios de las niñas y mucho menos de sus notas, lo que ha dejado correr la información de que reciben clases de chino que ciertamente es un idioma que el colegio ofrece como opcional pero, de momento, las hijas de los Reyes estudian en castellano y en inglés, y reciben clases de francés en el colegio y de catalán, en casa.

Es normal que los Reyes quieran que sus hijas se eduquen igual que otras niñas de su edad sin privilegios y sin distinciones, faltaría más. Hay que evitar, sobre todas las cosas, que sean niñas consentidas y caprichosas que crezcan pensando que sus deseos son órdenes y, como a todos los pequeños, hay que inculcarles la cultura del esfuerzo. A los profesores del colegio nadie les ha tenido que decir que traten a Leonor y Sofía como al resto de los alumnos y aunque no se puede controlar como se comportan con ellas los otros niños hay que esperar que, al menos en el periodo de la tierna infancia, sus reacciones buenas o malas sean espontáneas y que, si hay problemas, serán los educadores los encargados de arreglarlos.

Dicho esto y se supone que, por común acuerdo de los padres, don Felipe y doña Letizia, Leonor y Sofía se mantienen aún al margen de la vida institucional y su infancia está más apartada del foco de lo que estuvo la de su padre que es la referencia, ya que su madre tuvo una niñez anónima. Si don Felipe tuvo una infancia feliz o infeliz marcada por su condición de príncipe, es algo que solo él sabe pero dado que resulta imposible obviar la cruda realidad de que Leonor y Sofía son las hijas de los reyes y que la primera, como heredera al trono, es una niña única a la que le espera un destino ineludible, sería mejor que, al mismo tiempo que se les procura una infancia y una educación igualitaria, se permitiera que los ciudadanos las conocieran más, vivieran su evolución, aprendieran a quererlas y las consideraran algo suyo. La herencia les ha asignado una posición pero solo el afecto de los ciudadanos les garantiza conservarla.