Iñaki Urdangarin tuvo un día bueno y otro, malo. En el primero conoció a la infanta Cristina y en el segundo, se cruzó con Diego Torres, aunque a la postre probablemente de no haberse casado con la hija del entonces rey, y hermana ahora del actual, tampoco hubiera tenido la oportunidad ni la necesidad de crear el Instituto Nóos. De todo se deduce que el otrora brillante jugador de balonmano no ha tenido buena suerte y, además, de todas las oportunidades que han pasado por delante suyo siempre ha escogido la peor opción.


El que fuera duque de Palma —del que incluso podríamos dudar del grado de su responsabilidad en los delitos por los que ha sido condenado—, nunca podrá negar que escribió un email a Carlos García Revenga (en cuyas targetas de visita ponía “asesor de SSAARR las infantas Elena y Cristina”), en el que se autodenominaba “duque Empalmado”. Solo por eso ya hubiera merecido la reprobación pública por demostrar que no había entendido nada de lo que significa pertenecer, como pertenecía en tiempos de Juan Carlos I, a la familia real. Claro que hubo muchos, entre ellos Revenga que tanto se lamenta ahora, que le rieron las gracias.


Es cierto que a Iñaki Urdangarin le ha perjudicado su parentesto con la familia Borbón pero en justa correspondencia con los beneficios que obtuvo. Organizó forums, congresos y otras mandangas por ser vos quien sois pero, con todo, no hubiera pasado de una charlotada más de las muchas que se organizan en España e incluso en el extranjero con el único objetivo de vender humo, sin la inclusión en el negocio de Diego Torres, también condenado y responsable último de los tejemanejes económicos. Él era el profesor de Esade, el experto en economía y empresa y, en beneficio de Urdangarin aunque en perjuicio de su intelecto, puede afirmarse que se fió de Torres a la hora de la gestión de los ingresos. No es que el marido de la infanta no se beneficiara pero sí ha quedado claro a lo largo de estos años que si hubiera tenido que ser él quien ideara la red fraudulenta, la cosa no habría llegado tan lejos.


Diego Torres siempre creyó que, como le aseguraba Iñaki y el mismo intuía, la pertenencia de Urdangarin a la familia real supondría un salvoconducto y no porque alentaran el montaje, sino porque suponían que Haciendo jamás iba a vigilarles las cuentas. Craso error, porque su cruz no es tanto que, a través del Instituto Nóos, vendieran al Govern Balear y al de Valencia, congresos de la señorita Pepis, sino todo el lío que montaron con los ingresos obtenidos. De lo primero si hubieran cumplido con la fiscalidad y hubieran declarado todos los ingresos, sin facturas falsas ni falseadas, igual podrían haber quedado como unos espabilados que engañaron a un personaje como Jaume Matas que se pirraba por codearse con la familia real, pero de lo segundo no les salva nadie.

Otra cosa es que Urdangarin se haya convertido en el chivo expiatorio de la Corona, porque también es obvio que quienes quisieron socavar la figura del rey Juan Carlos empezaron por darle estopa a su yerno. Tenían material, claro, pero no tanto. Y, finalmente, Iñaki Urdangarin, que mientras los cometía pudo no darse cuenta de la magnitud de sus errores, reaccionó atrincherándose en su inocencia cuando quedó meridianamente claro que iban a por él. Si en 2011, antes de su imputación, hubiera pedido un perdón preventivo y hubiera depositado el dinero suficiente para enmendar posibles penalizaciones judiciales, no estaría ahora esperando si son tres, seis o diez los años que estará en prisión. Y, por si no fuera suficiente, va y su abogado, el cándido Mario Pascual Vives, alega ante el Tribunal Supremo que deben absolver a su cliente porque ya la sociedad y la prensa ya le han condenado. En fin...