La infanta Cristina cumple 51 años el 13 de junio y menudo regalo le han hecho. La letrada del sindicato Manos Limpias, cuyo secretario general está en prisión por un presunto delito de extorsión, le pide ocho años de cárcel por su presunta colaboración en los delitos contra la Hacienda pública que se le atribuyen a su marido, Iñaki Urdangarin. No le vino de nuevas, ya que desde el inicio de proceso la abogada Virginia López Negreta, empeñada en ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, no ha cejado en su cruzada de sentar a la infanta en el banquillo con la amenaza de la prisión. Ya veremos lo que dicta la sentencia, considerando además que fuera cual fuera la responsabilidad de la infanta, tanto la Fiscalía, como la Abogacía del Estado, creen que lo que pudo defraudar a Hacienda merece una cuantiosa multa pero no la cárcel. De momento, ahí están esos ocho años y  por pedir que no quede si lo comparamos con los 26 años y seis meses que Manos Limpias pide para Iñaki Urdangarin, siete más de los que pide el fiscal Pedro Horrach y eso es que es mucho más serio.

El juicio por el caso Noos empezó hace cinco meses, pero el proceso dura ya casi seis años desde que el juez José Castro y el propio Horrach, fiscal anticorrupción de Baleares, descubrieron los disparatados contratos que el Govern Balear firmó con el Instituto Nóos. Unos años en los que han pasado muchas cosas y todas desagradables sobre todo para la infanta y para su marido. El resto de los acusados no lo tienen mejor, sobre todo Diego Torres para quien también piden una condena de casi veinte años, pero son los ex duques de Palma quienes ya han sido condenados socialmente.

La infanta Cristina de Borbón, que cuando empezó el proceso era la hija del Rey y ahora es la hermana del actual Rey, ha visto cómo su propia familia la apartaba de su entorno, cómo ha tenido que cambiar de domicilio, en un exilio disimulado con traslado laboral, y hasta ha perdido su casa, el famoso palacete que en realidad era un chalet más o menos lustroso.

A toro pasado todos somos Manolete, que diría un taurino, pero sigue siendo incomprensible que cuando empezó todo el lío, ni la infanta Cristina, ni su marido hicieran caso de cuantos les aconsejaron dar un paso al frente para enfrentarse de modo preventivo a lo que estaba por venir. Aun estando convencidos de la bondad de sus acciones y aceptando que ellos también fueron víctimas de la codicia o los malos consejos de otros, mejor les hubiera ido si desde el primer momento hubieran aceptado haber cometido algún error y se hubieran puesto a disposición de la justicia, reconociendo, al menos, que aunque fuera por desconocimiento no habían hecho las cosas bien.

La justicia dictaminará cuál es el grado de su responsabilidad, pero su pertenencia a la familia real, en el periodo en el que se produjeron los hechos juzgados, les obligaba a tener el listón muy alto ya que cualquiera de sus actividades privadas afectaba a la Corona, como prueba el hecho de que el escándalo por el caso Nóos fue determinante en la abdicación del rey Juan Carlos y en el deterioro de la monarquía.

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