En la guerra que se desencadenó allá por los ochenta entre los partidarios de Vicky Larraz y de Marta Sánchez yo era más de la primera. Marta significaba la belleza evidente, apabullante, profundamente carnal. Vicky era la de la personalidad interesante, menos obvia que la Sánchez, más outsider. O así la veía yo en mi adolescencia. Luego se largó  a Miami, se casó –con un gringo, creo– y se 'yanquinizó' un poco bastante. Ahora se ha separado y parece que está dispuesta a quedarse en Madrid. Hace bien. Las míticas canciones de Vicky Larraz nos devuelven a aquella maravillosa época en la  que forrábamos las paredes de nuestras habitaciones con pósters a todo color.