Lo veo salir de no sé qué acto y ante la pregunta de una intrépida reportera referida a su relación con Isabel Presyler contesta muy campanudo: “Por favor, respeten la vida privada. La vida privada es privada”. Me parece que hace un poco el ridículo. Por no escribir bastante. E incluso mucho. Para lo que hemos quedado. De recibir el Nobel a dar lecciones de ética a una periodista en plena calle. Vargas Llosa se está adentrando en un terreno pantanoso. Pretende vivir su apasionada historia de amor con una de las mujeres más mediáticas de este país resguardado de miradas ajenas, pero no parece que este vaya a conseguir su propósito si al mismo tiempo posa con ella en la portada de una revista. En un primer momento, Patricia Llosa –o sea, la ex– metió la pata enviando un absurdo comunicado y se la etiquetó como la perdedora de todo este folletín, la despechada, la de las pataletas. Pero mucho me temo que pueden cambiarse las tornas. El Nobel tiene que verse en boca de Ana Boyer y de Tamara Falcó, que aprovechan cualquier oportunidad para opinar previo pago sobre la relación de su madre. Estas niñas no deberían tensar tanto la cuerda: quizás deberían no salir tanto. Sus biografías no son tan apasionantes como para ocupar tantas páginas en las revistas. Corren el riesgo de agotar al personal antes de lo previsto. Continúo con el Nobel. La Preysler lo lleva a fiestas a las que acude gente que él seguro que no soporta. Y encima tiene que escuchar cómo en las televisiones le animan a que disfrute su amor porque tiene que ser feliz los años que le quedan. Patricia, la ex, debe estar a puntito de descojonarse de todo.