El martes por la mañana Óscar me comunica que el sábado tengo que presentarme a una sesión de fotos que una prestigiosa artista va a realizar con motivo del quinto aniversario de ‘Sálvame’.

Me dan ganas de llorar, de estamparme la cabeza contra la pared trescientos millones de veces, de asesinar a Óscar lentamente para que sufra de a poquitos. Detesto las fotografías. Detesto posar. Y, por encima de todas las cosas, detesto tener que utilizar mi tiempo libre en asuntos relacionados con el trabajo. Al final acepto, claro, porque soy muy facilón. Y porque el currículum de la artista que va a llevar a cabo el trabajo me impresiona. Para hacer más llevadero el asunto invito el sábado a almorzar a P., Rober y Adri. A las cinco tengo el coche en la puerta. P. vuelve a casa –lo que daría por irme con él y pasar el resto del día con los perros– y los demás nos dirigimos al plató donde se van a llevar a cabo las fotografías. Llego con un humor horroroso. Cabreado conmigo y con el mundo. Se me pasa enseguida, cuando veo enredar a Carlota con ilusión. A Mila sonriendo, feliz de posar para la reputada artista. A Rosa Benito, a mi espídica Lydia Lozano, a una recuperada y divertida Belén Esteban, a mis queridos Kikos. Soy un afortunado. Trabajo en lo que me gusta y lo hago con gente que me proporciona mucha felicidad. Por si fuera poco, las personas que han organizado semejante mogollón me obsequian con una botella de champán por tener que trabajar un sábado. Aviso a navegantes: doy permiso a todos los que me rodean a pegarme un guantazo con la mano abierta la próxima vez que me queje por exceso de trabajo.