Tengo suerte: soy de dos ciudades maravillosas. Nací en Badalona y mi infancia y adolescencia transcurrieron en esta ciudad. Por aquella época era muy fea, pero qué curioso, yo no me daba cuenta. Era mi ciudad y, por lo tanto, la quería. No había más vuelta de hoja. Poco importaba lo descuidada que estaba, la negrura que se respiraba en la zona industrial, la dejadez que existía en nuestro barrio y que la playa estuviera contaminada. Tardé muchos años en poder disfrutar de ella. De Badalona, sin embargo, disfruté siempre. Algo tan tonto como ir a pasear al centro —Carrer del Mar arriba, Carrer del Mar abajo, una y otra vez— me parecía el mejor de los planes.

Con los años empecé a hacer más vida en Barcelona. Recuerdo ahora la explosión de la juventud y me estremezco. Era feliz y no me daba cuenta. Qué bien me lo pasaba yendo al cine solo, o al teatro o incluso saliendo solo por las noches. Hay mucha gente que es incapaz de echarse a las calles si no es en compañía. Para mí era toda una aventura salir sin nadie porque eso implicaba estar mucho más receptivo, menos acomodado, siempre dispuesto a conocer a alguien que te acompañara en la ronda nocturna. La soledad tiene mala prensa pero a mí me ha dado muchas alegrías.

Amaba Barcelona sin saberlo porque dedicaba muchas horas a soñar con Madrid. Siempre quise vivir aquí, tenía idealizada la ciudad. De vez en cuando me escapaba y la ciudad soñada jamás me defraudaba. Me gustaba perderme por el Madrid de los Austrias, recorrer la parte más castiza y pasear una Gran Vía atiborrada de cines. Estoy hablando de hace más de veinte años, de cuando las tiendas de moda no habían invadido la zona. Tenía tan mitificada Madrid que vivir en ella podría haberme decepcionado, pero eso jamás sucedió. Desde el primer momento me sentí como en casa. No es que amara Madrid nada más pisarla sino que llevaba queriéndola en sueños desde hacía muchísimos años. Me acogió con amor y yo le correspondí devolviéndole ese amor multiplicado por dos. Soy madrileño. Sólo me faltan tres años para haber pasado el mismo tiempo en Madrid que en Barcelona. Pero también soy catalán. De Badalona. Y de Barcelona, que me recogió con muchísimo cariño tras la finalización de 'Aquí Hay Tomate'. Aterricé en ella aniquilado, destrozado anímicamente. Con una perspectiva laboral más negra que el alma de Trump. Pero el amor que me regaló la ciudad durante los cerca de ocho meses que estuve allí sirvió para que me regenerara emocionalmente y volviera a creer en mí. Fueron meses en los que me reencontré con mi ciudad y mi familia. Volví a ser un poco más joven y más feliz. La Barcelona que me vio nacer también me reconstruyó y el Madrid que abandoné desesperado me volvió a acoger de nuevo con el corazón abierto de par en par. Hasta hoy, que me veo en ese punto absurdo en el que no te dejan ser de muchas partes. Menuda idiotez. Yo tengo el corazón suficientemente grande para amar a dos ciudades. El problema lo tienen otros.