Hay ediciones de concursos que nacen benditas. La de ‘Supervivientes’ 2018 es una de ellas. En el reality, por lo general, tenemos que conformarnos con una trama potente, y rogar para que surja algún que otro brote verde. Si la edición pasada daba gloria verla –que diría Eva Hache–, la de este es un auténtico trueno. Cuando escribo este post llevamos solo cuatro galas, las tramas florecen por arte de magia, y María Lapiedra –mueble por antonomasia de la edición– ha decidido largarse, así que miel sobre hojuelas.

Si hay un personaje de esta edición que me está conquistando es Sofía Suescun. No comparto sus formas ni casi ninguno de sus pensamientos porque me parecen muy retrógrados e incluso un pelín machistas. Pero como concursante de un reality es una auténtica joyita. Una mujer sin filtros que no tiene ningún pudor en desnudarse emocionalmente y compartir con los espectadores sus más íntimas inseguridades. En el terreno sentimental es tan metepatas como yo: pesada, insistente, ansiosa, insegura. Se enamora con un parpadeo, y se desenamora con otro. Y lo mejor es que no tiene ningún reparo en hacernos partícipes e incluso cómplices de sus vaivenes amorosos. Hay gente que no se cree que lo suyo con Alejandro Albalá sea cierto, pero yo soy de los que ha comprado la historia. Pese a que parece que tiene una personalidad arrolladora, Sofía necesita sentir cerca una respiración ajena para poder seguir tirando, enredando y maquinando maldades sin malicia.