Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez

Jorge Javier Vázquez
Gtres

"Sigo viendo a mi sobrino como un crío y cuando vamos por la calle le pego achuchones, le doy besos y me da por pellizcarle el culo. Él aguanta porque es un santo"

Mi sobrino y su novia pasan el fin de semana en casa. No revelo sus nombres porque desean permanecer en el anonimato.

Recuerdo que hace algunos años, coincidiendo con su mayoría de edad, me lo llevé de vacaciones a Thailandia y nos lo pasamos de maravilla. En cierta ocasión intenté utilizar para un escrito nuestras andanzas y mi sobrino se negó en redondo: “Tío, ni se te ocurra. Eso pertenece a mi vida privada”. Vamos, que en casa de herrero cuchillo de palo. Hemos viajado juntos en varias ocasiones y luego me han llegado comentarios tipo: “Te han visto en un aeropuerto con tu nuevo ligue” o “qué bien te lo has pasado en Berlín con un chulazo, ¿no?”. El nuevo ligue y el chulazo son la misma persona: mi sobrino. Alto y rubio como la cerveza y fibrado como un surfista californiano. Mi sobrino siempre había tenido para mí veintidós años pero este fin de semana he descubierto que tiene veintiséis. Tiene dos carreras, trabaja y desprende estabilidad. No tenemos nada que ver. Intuyo que me debe ver como un bicho raro, un cabeza loca. Ya cuando nos fuimos a Thailandia su padre le dijo al despedirse: “Cuida de tu tío”. Yo lo sigo viendo como un crío y cuando vamos por la calle le pego achuchones, le doy besos y me da por pellizcarle el culo. Él aguanta porque es un santo. Ya tengo ganas de volver a verle.

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