Estaba viendo el informativo en Cuatro y emitieron una pieza sobre la celebración del Orgullo Gay. Hicieron referencia a una manifestación que tuvo lugar en Barcelona en 1977 a la que acudieron cuatro mil homosexuales para reivindicar sus derechos. ¡Hace cuarenta y un años! La noticia ocupó un pequeño espacio en La Vanguardia. Lo primero que pensé al ver el reportaje fue : “Qué gente tan valiente”. Salir a las calles dos años después de la muerte de Franco, significarse en una época tan complicada como oscura tuvo que ser un acto casi heroico. Y más teniendo en cuenta lo que significaba ser homosexual en aquella época: un vicioso, un ser condenado a la soledad, alguien digno de compasión.

Inmediatamente me vi hablando conmigo mismo: “Si volviera a nacer, querría ser gay”. Y me emocioné porque creo que jamás me lo había dicho tan claramente. Es más, antes no pensaba así. Cuando aparecía el tema, yo era de los que sostenía que hubiera preferido ser heterosexual porque lo tienen todo más sencillo. Pero ahora ya no. Nací gay y, si volviera a nacer, elegiría –si es que se pudiera– ser gay. Porque el sufrimiento que me ha tocado vivir por tener esta condición –ni mayor ni menor que otros, pero es el mío– me ha obligado a profundizar en mis sentimientos, a cuestionarme, a hablar conmigo mismo, y a maltratarme en muchas ocasiones, pero también a aprender a perdonarme. Ahora veo que ha sido un viaje rico en emociones, digno de ser vivido y disfrutado. Ser gay también me ha hecho más fuerte y me ha enseñado a eliminar de mi vida a gente y pensamientos intolerantes.

Si volviera a nacer preferiría ser gay porque mi condición también me ha ayudado a encontrar la felicidad. Pero cuidado: ahora habrá gente leyendo esto que estará pensando: “Otra vez con lo mismo de siempre”. Y sí otra vez y las que hagan falta. Porque aunque pensemos que las cosas van mucho mejor –es indiscutible que hemos avanzado–, nos encontramos en un momento profundamente delicado. Se están multiplicando las agresiones a miembros del colectivo LGTBI. Cada vez es más habitual leer que un gay, una lesbiana o un/una transexual han sido agredidos cuando volvían tranquilamente a sus casas después de una noche de fiesta, por ejemplo. Se está multiplicando los insultos y las palizas, y me temo que, si no ponemos remedio de una forma clara y contundente, la situación va a empeorar. Porque si hay algo que detestan los intransigentes es la libertad y, cuando observan que los demás disfrutan de ella, utilizan la violencia para imponer su ley. No bajemos la guardia porque es muy fácil perder lo conseguido. Viva la fiesta, por supuesto. Pero no nos olvidemos de la reivindicación y la lucha.