Se está bien sin políticos. Hay unas semanas de agosto que se largan de vacaciones y en el país se respira mejor. No hay fuegos cruzados, reproches, ataques, mala baba, mentiras y hasta parece que la corrupción también se toma unos días de descanso. Pero todo lo bueno se acaba. El pistoletazo de salida lo ha dado Tsipras convocando elecciones. En el telediario de La 1 aprovechan primero para destacar aquellas declaraciones que subrayan los peligros del populismo –“Esto es lo que se nos viene encima si gana Podemos” – y al ratito aparece Errejón para explicarnos que la decisión de Tsipras es la de un demócrata ejemplar. Es decir, que volvemos a lo de siempre. Nuestros políticos se han ido de vacaciones pero su discurso sigue siendo el mismo. Absolutamente predecible. Ni un mínimo de cuestionamiento. Ni un mínimo de revisión. Volverá el otoño y seguirá en su puesto Jorge Fernández Díaz y su cara de padre exigente al que le molesta que sus hijos sean felices. Fernández Díaz tiene toda la pinta de pertenecer a ese grupo de seres humanos que cree que el mundo es un valle de lágrimas y que hemos venido aquí a sufrir. Su pensamiento viene a ser más o menos el que sigue: “Si yo no disfruto, que no lo hagan los demás”. Estoy convencido de que si por él fuera hubiera aplicado la ley mordaza a las vacaciones de Carmena y no hubiese dejado que la alcaldesa de Madrid tuviera la desfachatez de desear darse un baño en pleno mes de agosto en una playa gaditana. Para un alma tan austera como la de Fernández Díaz la playa debe ser una excentricidad. Una frivolidad. Un tormento.