Me hace gracia María. Por la noche habla lo que no está en los escritos y por la mañana no se puede molestar a la señorita porque no le apetece mucho darle a la sinhueso. Recién levantada camina por la casa como un alma en pena, buscando como gallo sin cabeza un café que la ponga a tono. Intento enhebrar una mínima conversación con ella y me contesta desganada con monosílabos. Y me da rabia, no os voy a engañar, así que la sigo chinchando hasta que por fin se reactiva y empieza a hablar como una locomotora. Lo bueno de María es que no tiene mal humor. Puedes jugar a sacarla de sus casillas, que no te llevarás un sofocón por una mala contestación. Ayer volvió a Madrid y nos quedamos todos un poco tocados. La escena parecía sacada de una noche de expulsión de Gran Hermano: María llorando arrastrando su maleta hacia la puerta dándonos las gracias por lo feliz que había sido estos días y nosotros intentando consolarla aguantándonos también las lágrimas. Hacía tiempo que no pasaba tantos días con Patiño, a la que conozco desde hace ya veinte años. No la recordaba tan hiperactiva. Durante estos días me la podía encontrar por la casa arrastrando una jarra de agua más grande que ella cantando una canción de Manuel Carrasco y recogiendo una toalla para tumbarse en el lugar del jardín donde hiciera más sol mientras al mismo tiempo hacía equilibrios para llamar a Madrid desde el móvil no fuera a ser que hubiera sucedido algo tan importante como para interrumpir sus días de descanso y coger un vuelo para prepararse su intervención en ‘Sábado Deluxe’ y en ‘Socialité’. Puro nervio, pero adorable, que conste.