Raquel Bollo piensa que la entrada de Aguasantas en la casa de GHVIP la ha matado pero se equivoca. La ha dado la vida. Su vida. Su particular visión de la existencia. Se encontraba la Bollo viendo la vida pasar en el reality cuando el jueves, patapúm, le meten a su ex nuera. En un principio Raquel reaccionó muy bien, con distanciamiento y hasta fina ironía. Estaba actuando, claro, pero fue incapaz de soportar durante mucho tiempo su acertada impostura. La Raquel llorosa y desesperada pugnaba por salir y no tardó en hacerlo. Y entonces comenzó el recital Bollo, esa muestra de quejidos dolorosos, llantos incontenibles y sentidas jaculatorias que forman parte de su repertorio más utilizado. El mismo mar de todos los veranos. La misma folklórica actuación de todos los programas. Me lo dijo el viernes una compañera: no hay nada más adictivo que el victimismo y Raquel está abonado a él con infinita desesperación. Entró su hijo por teléfono para calmarla. Tranquilo y sosegado intentaba consolar a su desesperada madre. Inversión de papeles: no es la madre quien cuida sino el hijo quien protege. Mientras Manuel Cortés se ha convertido en todo un hombrecito su madre sigue apegada a esa adolescencia no vivida. En un claro ejemplo de protección mal entendida se vanagloria de proclamar mediante hipidos el amor que siente hacia su hijo. Y coloca así a Manuel en un lugar extremadamente complicado porque no debe ser fácil convivir con una madre que tenga una concepción tan lorquiana-catódica de la vida.  Raquel Bollo debería empezar a entender que para querer no hay que llorar. Que no sufre más aquel que más lo demuestra. Que el amor, en definitiva, debería estar reñido con las miradas lánguidas y los suspiros cargados de desesperanza.