Ana Botella puede respirar tranquila: su idiota metáfora sobre los matrimonios gays –recuerden, lo de las peras y las manzanas– ha quedado eclipsada por las reflexiones de los diseñadores sicilianos acerca de la adopción por parte de los gays y la utilización de madres subrogadas para conseguir ser padres. Pocas cosas me sacan tanto de quicio como un gay homófobo y eso es lo que son estos dos palurdos que serán muy buenos en lo suyo pero sus pensamientos vitales son de una ramplonería monumental. Se habrán pasado la vida alternando con Madonna y demás elementos modernos pero sus ideas son más propias de esas viejas sicilianas con pañuelos negros en la cabeza que ven la vida pasar comiendo pipas sentadas en los bancos de las plazas de los pueblos. Dice Dolce: “Soy gay, no puedo tener un hijo. Creo que no se puede tener todo en la vida. Es también privarse de algo. Una de ellas es la familia”. Como si lo de ser gay fuera una tara y bastante contentos tendríamos que estar porque no nos cortaran una mano para identificarnos. Califica a los niños nacidos de madres subrogadas como “niños sintéticos” y afirma que un niño tiene que tener padre y madre. A todo esto, Gabanna dice amén a todo lo que suelta el otro. No estoy de acuerdo con ellos y sus palabras me parecen hasta insultantes. Haber nacido en el seno de una familia formada por padre y madre no te garantiza la felicidad. Si hubiese sido así Asunta y otros tantos niños no hubieran muerto. Para ser padres sólo es necesaria una cosa: dar amor. Y el amor, que yo sepa, no es patrimonio de los heterosexuales. Dolce&Gabanna deberían recibir clases de moral en vez de repartirlas. Recordemos que fueron condenados a pagar más de 340 millones de euros al fisco italiano por defraudar a Hacienda.