Dos días después de haberla entrevistado en “Supervivientes: Tierra de nadie” pienso en Lucía y no sé si estará en casa hundida o descojonándose de todos nosotros. El martes la vi para pocas fiestas. Sé que llegó destrozada a España, con la sensación de que el concurso le había arruinado la vida. Entró al plató muy nerviosa y mantuvo más o menos el tipo durante un buen tiempo, justo hasta el momento en el que su hermana Almudena le comunicó que su nefasta actuación en el concurso había provocado dolor en su familia. Ahí fue cuando Lucía se dio cuenta de que la había cagado con balcones a la calle. Porque una cosa es manejar los hilos desde la sombra y otra bien distinta que toda España –y parte del extranjero- vea cómo te desenvuelves en tu día a día.

Estuvo muy generosa en la entrevista y ofreció diversas claves para conocer esa personalidad suya que tantas horas de televisión nos está permitiendo rellenar. Reconoció su incapacidad para comunicar emociones y que la relación con su hija puede llegar en ocasiones a considerarse como tóxica. Muchos critican la relación que tiene con el marido, pero por lo poco que pude charlar con ella me pareció que existe entre los dos una complicidad muy sólida, que en una pareja es una cualidad mucho más grande que el amor. En la gala del jueves la vi relajada y malvadamente divertida. Creo que podría llegar a reírme mucho con ella