Viernes en casa, después de almorzar. Tirados en los sofás P., Óscar y yo empezamos a hablar de hombres. Óscar escarba en su móvil y nos muestra fotografías de tíos de diverso pelaje: con vello, sin él, con músculos, sin ellos, jóvenes, maduritos. Entonces va P. y dice: “Los tíos a los cuarenta y cinco años ya no son guapos. Son otra cosa, pero guapos, no”. Tócate la peineta. ¿Entonces yo qué soy para mi novio? Cabe señalar que ni Óscar ni yo estamos de acuerdo con dicha aseveración.

Por la noche conozco a Suso en el ‘Deluxe’. Está buenísimo –a mí entender– pero no me despierta furia sexual. No lo veo como calentador de motores, le falta chicha. In my opinion, claro, que diría la Lomana. Me río con él. Le digo que venga a verme al teatro y me contesta: “Pero me invitas, ¿eh? Yo no pago entrada. Además, verás que cuando la gente se entere de que Suso está en la sala se te llena”. Tiene tres o cuatro salidas más de este tono que a mí me hacen mucha gracia. Suso es joven, guapo y simpático. Tiene todos los números para malograrse. Ojalá que no le pase.

El sábado al mediodía, coincidiendo con la información deportiva de los informativos, P. y yo volvemos a hablar de hombres. Le digo que veo guapo a Benzema y busca una foto del jugador en Google porque no le pone cara. Previamente se ha hecho un lío entre James y Benzema y me ha preguntado si éste es colombiano. El caso es que a él no le parece guapo y me pregunta por el nombre del jugador con cara de mono que tanto le pone. “Fulanito de tal”, le contesto. Y me enseña una foto de Google imágenes en las que sale luciendo torso repletito de abdominales. “Hijo mío –me dan ganas de preguntarle–, pero entonces tú ¿por qué sigues conmigo?”. Parece que mi novio y yo nos pasemos el día entero hablando de hombres pero eso no es así. Somos una pareja de gays ilustrados. También vemos mucho cine y aprovechamos para hablar de lo buenos que están algunos actores.