Pasa Dolores Redondo por Madrid y almorzamos en casa. La descubrí gracias a mis libreros –los de Méndez, en la calle Mayor de Madrid– que, conociendo mi afición por la novela negra, me recomendaron ‘El guardián invisible’.

Me llevé el libro unas vacaciones de Semana Santa a las Maldivas y me enganchó de tal manera que dejé de darme baños en las mejores aguas que he visto en mi vida por su culpa. El pasado Sant Jordi coincidimos en la misma caseta y me abalancé sobre ella con pasión de fan. A partir de ahí comenzamos a escribirnos y a vernos siempre que podemos. Ahora anda promocionando ‘Legado en los huesos’, la segunda novela de la trilogía que está arrasando tanto como la primera. Me alegro muchísimo de su éxito. Dolores es una de esas personas que ha conseguido hacer realidad su sueño a base de tesón, esfuerzo, trabajo y talento. Durante toda su vida ha luchado por dedicarse solo a escribir y ahora puede hacerlo gracias a las andanzas de la inspectora Amaia, la protagonista de sus brillantes novelas. Dolores y yo tenemos muchas cosas en común: somos hijos de la clase media y a los dos nos cuesta asimilar algunos de los beneficios que puedes disfrutar gracias a que te vaya bien en el trabajo. A propósito de una de las tramas de su última novela le cuento que esa misma noche he tenido un sueño que me da qué pensar: estaba en Cuba rodeado de maromos que quitaban el hipo pero al final terminaba acostándome con P. Ser fiel hasta en los sueños me parece el colmo de la estupidez. Dolores me consuela diciéndome que es muy bonito pero no sé yo si me siento muy cómodo sabiendo que mi novio controla también mi inconsciente.