Le había cogido manía a ‘Juego de tronos’ por culpa de Tania Sánchez y Pablo Iglesias, que no sólo la tienen todo el santo día en la boca sino que además él se la regala a Felipe VI, una gracieta más propia de un estudiante de quince años que de un señor que aspira a convertirse en presidente del Gobierno. Pero me he reconciliado con ella cuando ha llegado Monedero y ha señalado que él es más de Eduardo Galeano. Debe estar de ‘Juego de tronos’ hasta el mismísimo. Y de Pablo Iglesias ni te cuento.
Se larga del partido a falta de menos de un mes de unas elecciones decisivas. Iglesias nos está vendiendo su marcha como el acto heroico de un ser que prefiere abandonar un sistema corrupto en vez de ser partícipe de él. Pero el adiós de Monedero tiene mucho de infantil y poco solidario. ¿Acaso no sabía él, un intelectual según nos cuentan, un hombre bregado en durísimas batallas, dónde se metía? ¿Era necesario irse ahora y asestarle ese durísimo golpe a Podemos? ¿Cómo piensa recompensar a toda esa gente que ahora estará preguntándose qué hacer con sus sueños? ¿No debería exigírsele algún tipo de responsabilidad a alguien que decide abandonar el barco en un momento complicado? No vale, Monedero. Jugar así no vale.
Podemos es un partido que ha crecido gracias a que ha hecho creer a muchísima gente desesperada que un mundo mejor es posible. Ahora, Juan Carlos Monedero se retira a sus aposentos cuando el juego no le conviene, y a muchos se nos queda cara de idiota. Prefiere pensar en la Universidad en vez de arremangarse la camisa y actuar. Desde luego es mucho más cómodo. Podemos gobierna a la perfección en los platós de televisión. Otra cosa es hacerlo en los despachos. Que se lo digan a Varufakis.
Emiten unas imágenes de Monedero paseando por la Gran Vía en loor de multitud, custodiado por un segurata a lo Beyoncé. No contesta a las preguntas de una reportera. Sólo abre la boca para decirle al cámara: “Cuidado que te vas a caer y por lo que te pagan no vale la pena”. Horroroso. Monedero se manifiesta con la misma prepotencia que gastaba Rociíto en sus peores épocas.