Acude al ‘Deluxe’ vestido de blanco pureza. Esta vez sin sombrero, con más pelo. Comienza a hablar y empiezo a bostezar, no puedo evitarlo. Lugares comunes, tópicos manidos, voz que amuerma a las ovejas del mundo entero. Intenta indignarse por los calificativos que le ha dedicado Víctor Sandoval pero no le sale muy bien. Quizás porque es consciente de que por hacerse el ofendido se ha sentado en tres ‘Deluxe’ y ha trincado una buena pasta. Si Víctor Sandoval no le hubiera llamado de todo y por su orden, el nombre de Nacho Polo nos sonaría al dialecto chino menos hablado. Nacho tiene algo en común con la Preysler: que el silencio le beneficia. Hace bien en prodigarse tan poco en los platós de televisión. Desconozco si actúa así porque es consciente de sus limitaciones o porque considera que una estrella de sus características no debe quemarse. Aún así creo que cuando lo veo me produce cierta ternura. Antes tenía entidad como acompañante de Víctor Sandoval. Ahora es un melancólico personaje en busca de autor. Kiko Matamoros no debería malgastar tantas fuerzas defendiéndolo. Pone demasiado empeño en sacar fruto de un territorio yermo.