Continuamos el maratón de celebraciones el domingo almorzando con toda mi familia. Viene también mi tía Flora, hermana de mi madre, y en un momento dado surge el tema de los novios.

 

Mi tía –83 años, viuda– dice que no puede decir de este agua no beberé pero que en principio no quiere un novio “ni rebozado en oro”. Mi madre, que tampoco. Remata mi tía: “Un novio, para tener que lavarlo y cuidarlo. Quita, quita. No quiero, no quiero”.

 

A los postres aparece un pastel hecho con una de las fotografías promocionales de la función. Mi familia es la bomba. Menos mal que el tren sale a las cinco y veinticinco y P. y yo nos tenemos que ir prontito porque si no hubiéramos acabado echando alguna lagrimita regodeándonos en la alegría que nos invade. Es más: yo tuve que hacer serios esfuerzos para reprimir alguna.