Pertenezco a esa generación que lleva escuchando hablar de la familia Flores desde que era pequeño. Mi padre no soportaba al clan; sentía hacia él una aversión irracional, difícilmente explicable.



 

Le tenía especial inquina a la matriarca, a Lola. Creo que le sacaba de quicio su exuberancia, su frenético amor por la vida y su manera de vivir. Tan libre, tan desinhibida, tan sin dar cuentas a nadie. Los hombres de esa generación no estaban preparados para hacer frente a mujeres tan rotundas.

 

Lolita no es como la madre ni falta que le hace. Tras años de lucha contra la desesperanza y el olvido ha logrado adquirir una entidad propia muy atractiva, basada en el dolor y el placer que produce la búsqueda de la supervivencia. Llegó al ‘Deluxe’, se sentó en la silla, vomitó a bocajarro los sinsabores de los últimos años de su vida y dejó con la boca abierta a los millones de personas que se quedaron en casa para verla.

 

Habló de esa época en la que salía más de la cuenta para calmar dolores del alma –coincidí con ella alguna que otra noche– y contó con naturalidad cómo cortó con el desfase cuando su hija la vio un día en muy mal estado.

 

Lolita triunfa ahora en el teatro dando vida a la Colometa en 'La Plaza del Diamante'. Sólo después de haber vivido y sufrido mucho puede una enfrentarse a personajes tan complejos como ese y sacarlos adelante con éxito. Lolita tiene por delante un futuro prometedor y brillante. A sus cincuenta y seis años se ha convertido en una joven promesa. Bienvenida.