Hace algunos meses, tras ver en Sálvame un vídeo de Alejandro Sanz, se me ocurrió preguntar cómo se las apañaba el artista para pasárselo bien. Dada su popularidad, se me hace difícil imaginármelo en un bar de Madrid bailando por Enrique Iglesias. Terelu nos contó que hacía fiestas en su casa y yo aproveché para pedirle desde el plató que me invitara a una. Al finalizar el programa, revuelo por los pasillos. Se me acerca un directivo y me dice que Alejandro Sanz ha llamado para pedir mi número. A los pocos minutos, mensaje en mi móvil. Del mismísimo Sanz. Que me invita el sábado a cenar en su casa. Empiezo a sudar. Qué vergüenza. Me maldigo por tener la boca tan grande. Le pregunto a P. que si me acompañaría. A vaya uno que se lo he ido a pedir: lo pasa peor que yo en este tipo de situaciones. Me dice que no. Me imagino delante de Alejandro en su casa sin nada que decir o diciendo más idioteces de las normales. En su día no fui a cenar con Sharon Stone porque no hablo inglés y me daba apuro estar preguntando constantemente de qué iba la conversación. Mi timidez también me impide asistir a la casa del cantante. Le escribo un mensaje alegando un compromiso. Este fin de semana leo un espléndido artículo en El Mundo firmado por Guiomar Roglán en el que se narran cuarenta y ocho horas al lado del artista. Debería haber ido a su casa. Sabía que Sanz era interesante pero después de leer el reportaje le admiro más: sabio, comprometido y generoso. Un lujo a nuestro alcance.