Vuelvo de vacaciones con una infección en el oído derecho que me deja muy tocado. El sábado soy incapaz de levantarme del sillón así que me enchufo a la tele dispuesto a pasar el día frente a ella sin el menor complejo de culpa. Me dio tiempo a verme tres películas de lo más dispar: ‘Florence Foster Jenkins’ de Meryl Streep –un pelín larga–, ‘El espejo de los otros’ –una argentina que me encantó– y ‘Política, manual de instrucciones’, que es la que rodó Fernando León de Aranoa sobre Podemos.

Me considero una persona medianamente preparada. Leo con asiduidad, procuro estar al tanto de lo que sucede a mi alrededor, voy bastante al cine y al teatro. Podría cultivarme más, desde luego, pero no soy un zote. Y aún así me doy cuenta de que no comprendo muchas de las cosas que explican Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Utilizan unos términos que no había oído en mi vida, hablan con total naturalidad de conceptos, ideas y estrategias que a veces me parecen poesía, y otras, pajas mentales nacidas en noches de vino y rosas. Examino la estética de la gente del partido y caigo en la cuenta de que todos se visten siguiendo los mismos patrones. Poseen su particular uniforme: monitores de campamento de izquierdas de los noventa. El único que pasa de la norma es Iñigo Errejón. Tiene estilo.

Me hubiera gustado comentar la película de Aranoa con él pero nuestras relaciones se rompieron a los tres cuartos de hora de empezar. Ya se sabe que estuvo cenando en casa y a mí me encantó. Yo podría hacerme el interesante y dejar caer que lo que se contó en aquella cena es material inflamable pero no fue así. Fue una cena sana: no hubo cotilleos, ni revelación de secretos de partido, ni maldades sobre otros personajes de la vida política de nuestro país. Vamos, una cena que podría haber sido retransmitida en ‘Sálvame limón’. Íñigo se largó de casa con mi voto en el bolsillo. Luego, a raíz de un malentendido en el que juro que no existió mala intención por mi parte, él se molestó y me lo hizo saber vía SMS. Le pedí perdón también vía SMS y no obtuve respuesta. Me purgó. No me acuerdo después de qué elecciones le envié el mensaje: “Errejón sí, Iglesias no”, pero tampoco obtuve respuesta con lo cual deduje que en su listín telefónico me tiene en la G de Gulag y ya pasé de insistir.

El caso es que a mí Podemos me gusta. No soporto a Iglesias en un mitin o en un plató de televisión pero luego lo ves en la peli de Aranoa relajado y divertido y te conquista. Y te gusta lo que dice y cómo lo dice. “Qué bien habla este chico”, me repite mi madre. Y me sigue gustando Errejón porque lo considero un tío honesto y muy preparado. Y también me gusta Monedero. Y Tania Sánchez, con lo mal que me caía. Y estoy empezando a tragar a Carolina Bescansa, que para mí era como comulgar con ruedas de molino. Por eso me da tanta rabia que ahora anden metidos en unas guerras internas absurdas que los equiparan a los partidos más cutres de nuestro país. Porque poco a poco se están cargando la ilusión de millones de personas que los convirtieron en su única esperanza. Y toda esa gente desesperada que vieron en ellos un poco de luz no se merece asistir a semejante exposición de miserias caseras.