Fallece la duquesa de Alba y recibo una llamada de César: “Esta tarde estate sentido en el programa y no nos cortes el rollo porque somos muchos los que estamos a flor de piel”. Justo antes de empezar el programa me dice la Patiño: “Estoy triste. Me recordaba a mis inicios”.



 

Reconozco que nunca he logrado empatizar con ella. Tampoco lo he intentado. Me separaba de Cayetana su clasismo y el hecho de que reivindicara vivir en libertad pero le costara conceder ese privilegio a las demás. Hacía gala de su dignidad aristocrática pero varios de sus episodios vitales fueron, por decirlo de manera eufemística, bastante discutibles.

 

Tampoco me gustaba la frialdad que destilaba la relación con sus hijos, fruto de la espartana educación recibida y también de la incapacidad de olvidar esa durísima educación.

 

Me gustaba el profundo amor que sentía por los animales. María Eugenia Fernández de Castro, su nuera, me contaba que se largaba del cine cuando aparecían episodios de maltrato animal. Sevilla se tiró a la calle para despedirla o sea que algo tendrá el agua cuando la bendicen. Me pregunto si no lo supe ver.