Ayer estuve en un centro comercial de Santiago de Compostela participando en su ‘fashion night’, y me encantó la experiencia. Tienes la oportunidad de encontrarte con el público que te quiere y es muy gratificante. Aparecen señoras tarareando mi canción ‘Amistad imperfecta’ –la única que tengo hasta el momento–, otras diciéndome que me siguen desde ‘Aquí hay tomate’, y lo que me produce ternura: chicos adolescentes con mi primer libro, tímidos, como yo también lo era. Y sé que muchos de ellos se habrán sentido reflejados con ese protagonista que desde muy pequeño tuvo muy clara su condición sexual y sufrió por ello. Cómo son las cosas. Ahora que ha pasado el tiempo, contemplo ese sufrimiento desde otra perspectiva, más constructiva, menos dañina.

Me sirvió para crearme un particular universo en el que era feliz leyendo sin parar y escuchando música. Ser diferente me ayudó también a no intentar juzgar porque no quería que me juzgaran a mí. Sin embargo, creo que durante una época de mi vida juzgaba en exceso o me pronunciaba sobre alguien demasiado alegremente. Empecé muy joven en esta profesión, y entendía que una de las maneras de sobresalir era tirar a saco de ironía aunque a veces provocara daño. Con los años no es que me haya aplacado –o quizás sí–, pero me cuesta cada vez más hablar de los demás porque te das cuenta de lo duro que es levantar cabeza. Y si tienes demonios internos que no logras domesticar y zonas oscuras que pueden llegar a avergonzarte –poseo ambas cosas, soy así de completito–, apaga y vámonos. No te cuesta justificar cualquier acción ajena porque tú la has hecho multiplicada por dos. Tengo la moral muy laxa para los demás, y estoy aprendiendo a tenerla también conmigo.

Me he machacado demasiado, me he fustigado sin descanso y me he juzgado con una dureza tremenda. Y una vez superadas todas estas etapas, me encuentro en un nirvana absoluto. Me pasan un titular sobre mí que dice algo así como: “Sea usted más modesto, señor Vázquez”. El artículo se refiere a un comentario que hice sobre el éxito de ‘Supervivientes’, y aprovechan para recordarme algunos de mis traspiés. Desde aquí les digo que no se molesten. Soy muy consciente de que tras veinte años de carrera –por ahora– pasaré a la historia por haberme cogido una borrachera en un Orgullo –me las cogí en todos los que fui, que fueron bastantes– y por cargarme ‘Gran Hermano’. Lo bueno es que, a estas alturas, me da igual. Y no, no es prepotencia. Se llama felicidad.