Me leo en una tarde ‘Manuela Carmena en el diván de Maruja Torres’, un librito que recoge unos diálogos entre la alcaldesa de Madrid y la periodista. Me gusta Maruja y me gustaba Carmena pero después de haber leído el libro me declaro fan incondicional de Manuela. Sus enemigos la pintan como una malvada bruja roja que va a rapar el pelo al cero a las bellas mozas de derechas y a ellos, a los muchachos bien, va a someterlos a castigos insoportables. Ya me gustaría a mí que hubiera más políticos como Carmena. Sensatos, dialogantes, empáticos, cultos, sin ansias de poder. A sus setenta y un años, Carmena es la más firme representante de la nueva política. Está siendo víctima de una durísima campaña de desprestigio por parte de las mentes más retrógradas –y algunas no tanto– de este país. Y lo peor de todo es que, tal y como confiesa en el libro, le está costando librar la batalla. Otras más ambiciosas se pasarían por el forro esos injustos ataques pero Carmena pertenece a ese grupo de personas que les entristece darse cuenta de lo miserables que pueden llegar a ser los medios para aniquilar a una política.

 

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