Cosas que me gustan de trabajar en Telecinco: el buen rollo. Los mejores momentos de la semana tienen que ver con las charlas que tengo con mis peluqueras –Estela y Toñi– y con mis maquilladoras –Sandra, Cristina y Raquel–. No es que me peinen y me maquillen cinco a la vez. Se van turnando, que conste. Hablar con ellas significa ahorrarse el psicólogo. Te vacías emocionalmente con la seguridad de que lo que cuentes no traspasa las cuadro paredes.

Me rondaba la idea de decolorarme el pelo para la final, y Estela quiso probar dos semanas antes de dar el paso. El pasado jueves me puso una especie de pomada para ver qué tal y no supe parar: “Procede, que hoy salimos con el pelo blanco”. No dijimos nada a nadie y, en cuanto aparecí en el plató de ‘Supervivientes’, Josep Tomàs –el director– me dijo por el pinganillo: “Explica lo de tu cambio de look”. Y a mí no se me ocurrió otra cosa que decir que me habían caído de golpe los años de envejecimiento del gobierno de Rajoy. Y la verdad es que estoy muy de acuerdo conmigo mismo, aunque el argumento se me ocurriera a bote pronto.

Rajoy deja una España triste y desvencijada por la corrupción. El azul que representa su partido se ha transformado en un azuloscurocasinegro, como la película de Daniel Sánchez Arévalo. Saludo la llegada de un nuevo gobierno con ilusión y con esperanza. Pienso en los compañeros de RTVE, esa televisión destruida por la censura, y me alegro por ellos. Deben haber sufrido lo indecible durante esos años aciagos. Ahora les queda la alegría de ver empezar desfilar hacia la vergüenza y el olvido a todos los comisarios políticos y tertulianos que los mortificaron. Hoy, sábado, Rajoy ya estará en su casa, supongo que preguntándose por qué. Lo malo es que no hallará respuesta. Lleva demasiado viendo a esos españoles que tanto ama a través de un plasma.