Si pudiera, trabajaría los domingos. Los empiezas más o menos bien: te despiertas y tienes todo el día por delante para hacer un montón de cosas. Luego no haces nada pero los propósitos siempre están ahí, acompañándote para afrontar el peor día de la semana. Lo malo de los domingos es cuando empieza a caer el sol. Hasta entonces sobrevive la esperanza pero por la tarde los fantasmas cobran vida y campan por la casa a sus anchas. Harto de pasar tantos domingos siniestros en casa invito a M. y a A. a un hotel cercano a Sigüenza. La huida como salida. Hacemos el camino en coche escuchando boleros antiguos y grandes éxitos de Julio Iglesias y Raphael. Lo que vienen siendo las canciones de nuestra vida. En el hotel creo que somos los únicos huéspedes y almorzamos solos en un recoleto salón, junto a una chimenea que nos entona el cuerpo. De mis amigos me hace mucha gracia que no controlen mucho los programas de televisión en los que trabajo. Acerca de ‘Supervivientes’ solo atinan a decirme: “Ahora empiezas con el programa de la isla, ¿no? ¿Ahí es donde van famosos?”. Bebemos menos de lo acostumbrado y nos retiramos pronto para hacer la siesta. Antes de ir a nuestras habitaciones nos enteramos de que han encontrado el cadáver del pequeño Gabriel. La sobremesa, que hasta entonces había sido tirando a frívola, se convierte en un espacio triste y espeso. No hay lugar para la risa. Parece, incluso, que el viento sopla más fuerte. Descansa en paz, pequeño. Qué pena más grande y más honda.