La veo delante de un photocall respondiendo a preguntas anodinas con su estudiada sonrisa y me maravilla la fascinación que sigue produciendo entre todos nosotros. Me incluyo. La tienes delante y te sientes incapaz de ponerla en aprietos porque desprende un aura de hachís. Te atonta. Pienso en las hostias como panes que recibía en los ochenta y me maravilla ver cómo ha transformado su figura en una imagen con altar incorporado. Porque Preysler no camina, se mueve entre nosotros como un paso de Semana Santa con cofradía incluida. De ahí que no le haya hecho la más mínima gracia que una escritora como Pilar Eyre acabe de lanzar su biografía novelada bajo el título ‘Un amor de Oriente’.

Me he enganchado al libro desde las primeras páginas. Preysler dice que no entiende cómo alguien que no la conoce puede escribir sobre ella, que es lo mejor que le puede pasar al libro de Eyre porque eso significa que la afectada está escocida. Que el libro no hace las veces de botafumeiro. Sin quererlo, Preysler le ha hecho la mejor publicidad a ‘Un amor de Oriente’. Despreciándolo, dan más ganas de leerlo. Y miente cuando dice que no conoce a Pilar. Deberíamos recordarle que le dio una extensa entrevista para su libro ‘Mujeres veinte años después’. Y que apareció en la presentación del mismo en el Círculo de Bellas Artes allá por 1996, cuando la presencia de Isabel en un acto que no tuviera que ver con alguno de sus compromisos publicitarios era poco menos que impensable. Así que de algo se conocerían, digo yo.

Considero inteligente a la Preysler aunque últimamente comienzo a detectarle al personaje leves –insisto, leves– muestras de agotamiento. Me gustaba imaginarla encerrada en su mansión de Puerta de Hierro cuando era señora de Boyer, poniéndose hasta el culo de libros de egiptología y analizando con su marido el rumbo de la economía mundial. Pero desde que está con Vargas Llosa la estoy viendo tan a menudo que me he sorprendido a mí mismo diciendo para mis adentros “¿Otra vez?”. Por cierto: un día me ha durado el libro de Pilar. La visión que ofrece del matrimonio Iglesias-Preysler es desoladora. Qué rematadamente mal queda el cantante y cuánto parece que tuvo que aguantar ella.