Han hecho falta cerca de siete años para que empecemos a conocer a Kiko. Ha pasado de ser un hooligan catódico a uno de los colaboradores con mayor olfato televisivo que conozco.

Se podría haber quedado en aquel Kiko bronco que disparaba cañonazos para aniquilar todo lo que se le pusiera por delante pero ha sido lo bastante inteligente para reconvertir su proverbial maldad en simples travesuras. Golferías de niño pequeño, diversiones de patio de colegio.

Kiko es un hombre feliz y se le nota. Antes era, probablemente, el ser más hermético que he conocido en mi vida. Por no contar, no sabíamos ni dónde vivía. Ahora sé que tiene amigos con los que almuerza algún fin de semana, que le gusta viajar y que le apasiona jugar unos cartones en el Bingo Las Vegas.

Sobre su vida sentimental, poco o nada: según le sacó el polígrafo, que le ponía María Patiño y tuvo sueños eróticos conmigo. O sea, que juega a las dos bandas para tenernos contentos a todos.

Aunque presuma de tacaño es generoso y siempre está dispuesto a ayudar a sus amigos. Da la imagen de largar todo lo que cuentan pero sabe guardar un secreto. A mí me hace mucha gracia.

El viernes anunció en el ‘Deluxe’ que se ha puesto en marcha para ser padre. Es un sueño que venía acariciando desde hace mucho tiempo y que por fin empieza a materializarse. Creo que cuando sea padre dejará la tele. Si no definitivamente, al menos durante una temporada. De los colaboradores que tengo a mi alrededor es a quien más le gusta fabular sobre su vida sin ella. Lo hace con calma, sin postureo, de verdad. Pero a mí no me gustaría ir a trabajar y que él no estuviera.