Coincido en maquillaje con M., un periodista de toda la vida al que le tengo afecto. Creo que él a mí también. Le pregunto por Carmena y me cuenta que, aunque son amigos desde hace tiempo y la quiere, considera que está metiendo mucho la pata en el Ayuntamiento de Madrid. Me resisto a creerlo. Nadie soportaría el concienzudo examen que se realiza de cada movimiento, por pequeño que sea, de la alcaldesa. Yo la voté y sigo confiando en ella. Hablo con M. de la situación del país y los dos llegamos a la misma conclusión: a veces dan ganas de largarse. Se hace difícil seguir viviendo en un lugar en el que es complicado tener ilusiones. Las han ido aniquilando la Gurtel, las tarjetas Black, la Púnica, los Pujol, los Urdangarín, Rita Barberá y lo que es peor: lo que no sabemos.  M. me asegura que Nicaragua es un precioso destino para perderse: buenas playas, seguridad. En estos días de lluvia en los que la pereza me tumba en el sofá sueño con pasear por las calles de Lisboa, Buenos Aires o París. Creo que envidio a Maxim Huerta. La España que conocemos es un enfermo agónico que pide a gritos la eutanasia.