Una entrevista con Dulce es como un melón: hasta que no la abres no sabes cómo va a salir. La del sábado salió extraordinaria. Vino para replicar a Alejandro Albalá y acabó hablando de Isabel Pantoja, que es la madre de todas las batallas de la prensa del corazón.

Reveló Dulce que cuando contaba diecinueve años la Pantoja le propuso en un concierto que se fuera a trabajar con ella. Y Dulce, que era fan, no se lo pensó dos veces y se plantó en casa de la folklórica. Treinta años han estado juntas. Hasta que la Pantoja se cogió un rebote macanudo porque Dulce salió en defensa de Chabelita después de que su hermano la pusiera ligeramente pingando. Treinta años de algo más que amistad «éramos familia, como mi hermana mayor» que Pantoja cortó de cuajo sin una conversación explicativa. Ese es su «modus operandi»: romper la comunicación y no darle a la persona afectada la posibilidad de réplica o de defensa. En las distancias cortas Dulce produce cierta compasión. Su personalidad ha quedado anulada tras vivir a la sombra de una figura tan apoteósica como la Pantoja.

Jorge Javier y Dulce

Para Dulce no había más dios que Isabel y su cante su profeta. Estar veinticuatro horas dedicada en cuerpo y alma a la figura de la artista la han convertido en un ser tímido e inseguro con pocas habilidades para relacionarse de manera sana con el mundo y sus circunstancias.
A sus cincuenta años se encuentra sin trabajo y con una perspectiva laboral un tanto complicada: no creo que le salgan muchas ofertas para trabajar en una casa y como personaje televisivo carga con demasiados temores. Podría ganar dinero relatando vivencias —no necesariamente escabrosas— de Pantoja madre, pero el afecto reverencial que siente hacia Pantoja hija le impide sentarse en un plató a largar lo más grande y lo más pequeño.

La misma noche del sábado expulsé del plató a Álvaro de Marichalar. No me arrepiento, lo volvería a hacer. Sobre lo exasperante que puede llegar a ser, por favor, buscad en google la experiencia que vivió con él la periodista Sabina Urraca en un Bla Bla Car. Oro puro.