Admiro a Ana Diosdado desde que la descubrí en ‘Anillos de Oro’. Luego vendría ‘Segunda enseñanza’ y ‘Los ochenta son nuestros’, un libro que marcó mi adolescencia. Me lo sabía de memoria. En aquella España cutre y antigua la Diosdado era para mí esa mujer que me hubiera gustado tener cerca para desahogarme. Culta, moderna, inteligente. Uno de los regalos que me ha brindado esta profesión ha sido poder conocerla. La idea que yo tenía de ella forjada en mi imaginación se corresponde con la realidad. Ana Diosdado es una maravilla de mujer. Es un placer hablar con ella, escucharla, pedirle consejo. Compartimos timidez y el poco gusto por acudir a actos donde haya mucha gente. Yo estaría llamándola continuamente pero no lo hago para no agobiarla así que nos encontramos cada cierto tiempo en el ‘Deluxe’ y siempre quedamos en que nos tenemos que llamar más a menudo y organizar una cena. Luego no lo hacemos –ella suele escabullirse diciéndome que yo estoy muy ocupado–, pero cuando nos volvemos a ver no nos reprochamos nada. Le tengo muchísimo cariño. Y guardo como un tesoro un ejemplar dedicado de ‘Los ochenta son nuestros’ que me envió después de la primera entrevista que hizo en el ‘Deluxe’. Por cierto: siempre que viene la gente se queda pegada viéndola. Si yo fuera productor televisivo no dudaría en ofrecerle un papel importante en una serie.