El viernes, a eso de las dos de la madrugada y mientras estoy en una de las publicidades del 'Deluxe', me llama mi madre. Me doy cuenta un poco más tarde, cuando ya estoy en programa. Y me inquieta. ¿Le habrá pasado algo? ¿Le habrá pasado algo a alguna de mis hermanas, de mis cuñados, de mis sobrinos? Acabo el 'Deluxe' y salgo corriendo del plató para llamarla. “¿Qué pasa?” le pregunto ansioso. “Nada –responde con una entrañable voz de dormida- que llamaba para felicitarte por tu santo. Feliz Sant Jordi”. Una vez recuperado del susto reconozco que me enternecen esas muestras de cariño. Llegan a crear dependencia. Como la que tengo de P. De él adoro, entre otras cosas, la habilidad que tiene para hacer maletas. Cuando viajo con él siento que todo esta en orden. Si se queda en casa, la maleta de la vuelta –para la ida siempre me la hace él- es el fiel reflejo del caos que impera en mi mente. A veces le cabrea que sea tan desastre para ese tipo de cosas. Yo, sin embargo, creo que P. sería incapaz de vivir con alguien tan extremadamente metódico como él. Lo bueno de la vida es que te la revuelvan de vez en cuando.

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