Llego a casa de ensayar sobre las cuatro de la tarde. A y cuarto empieza ‘Sálvame’ pero procuro ponerlo lo más tarde posible porque sino sé que no hago nada más en todo el día. Mi cuñado Eduardo es argentino. Una vez que le tuvo que explicar a su hermana en qué tipo de programa trabajaba yo, le dijo: “Es uno en el que quien piensa, pierde”. El universo ‘Sálvame’ atrapa. Te zambulles en él y cuando te das cuenta estás interesándote por los vaivenes emocionales y sentimentales de gente que en el fondo ni te va ni te viene. Estos días me he metido tanto en algunos absurdos debates que me han dado ganas de plantarme en Telecinco y enfrentarme fundamentalmente a Raquel Bollo, con la que cada vez siento menos empatía. Me aleja de ella su cercanía con la familia Pantoja. Entiendo a su madre cuando en un ‘Deluxe’ afirmó sin cortarse que daba demasiado por un clan que luego no le demostraba en público ninguna muestra de cariño. Me río con Paz y disfruto con algunas de las contestaciones que le da a algún colaborador. Disfruto con las ocurrencias del Eje del Mal –Mila, los Kikos–, me compadezco de Lydia cuando no puede meter baza, presto más atención de la habitual cuando Terelu se cabrea, me río con las salidas de Belén, tan propias de una señora con poco mundo. Qué curioso y contradictorio el caso de Belén: reclama libertad para vivir su vida pero arruga el morro y se escandaliza con algunos actos ajenos. En cualquier caso es tierna y adorable. O al menos a mí me lo parece. Desde estas páginas les agradezco a mis compañeros que me hagan pasar unas tardes entretenidísimas.