Estaba yo presentando ‘Aquí hay tomate’ y sacamos a una presunta amante de Paco Marsó. No recuerdo en qué estado se encontraba por aquel entonces el matrimonio Marsó-Velasco: si estaban juntos, si lo habían dejado, si estaban volviendo o qué sé yo.



 

El caso es que a los pocos días de sacar a la presunta amante, Concha Velasco fue al programa de Ana Rosa a que le hicieran una entrevista. Fui al plató a saludarla y al verme extendió los brazos de manera enérgica para evitar cualquier tipo de contacto. “Ni besos ni abrazos”, me advirtió visiblemente enfadada. Pero a los treinta segundos me dedicó una sonrisa y claudicó: “Anda, ven, dame dos besos”.

 

Se me ha quedado grabada esa anécdota y posteriormente he pensado mucho sobre ella. Creo que tiene mucho que ver con lo que ha sido su vida: no dejar de hacer cosas que le desagradan con tal de caer bien a los demás. Acaban de salir a la venta sus memorias bajo el título ‘El éxito se paga’ y las devoro en un viaje de AVE Madrid-Alicante.

 

Admiro a Concha desde hace muchísimos años. Me gustaba verla en teatro y a la vez disfrutaba con las entrevistas que concedía en televisión, que eran auténticos espectáculos teatrales en sí mismas. Pero de un tiempo a esta parte, de bastante tiempo a esta parte, Concha ha escogido un papel que no le pega: el de la señora que se queja aunque sólo sea un poquito, el de la profesional que desliza que no ha sido todo lo reconocida que debería haber sido.

 

Desde que la Velasco le dijera a su madre que quería ser artista lo ha hecho absolutamente todo en ese mundo y sus millones de seguidores siempre han aplaudido cada uno de sus pasos. Pero Concha parece que no tiene bastante.

 

Resulta interesante advertir cómo queda de manifiesto en sus memorias que la Velasco ha sido incapaz de llevar a buen puerto su vida personal. No ha llegado a entender que aquello de que 'La vida es puro teatro' no es más que la letra de una canción.

 

Tal y como reza el título de sus memorias ‘El éxito se paga’, sí, pero el coste hubiera sido mucho menor si se hubiera dado cuenta antes de que hay vida más allá de las cuatro paredes de un camerino. Es una de las últimas representantes de una generación de actrices que se dejan el alma a chorros encima de un escenario. Sólo por eso ya vale la pena leer el libro.