Acabamos de llegar a la habitación del Arantara Siam después de una hora y media en taxi por las calles de Bangkok. Cierto es que el taxista se ha equivocado y nos llevado a otro Anantara, al Riverside, o sea que le habremos añadido media hora más a la carrera. Pero la verdad es que con el tiempo que echa aquí uno en los taxis te da tiempo a sacarte una licenciatura en la UNED.

No recordaba así la ciudad, con tanto tráfico, cuando estuve hace diez años con mi sobrino. Quizás porque en vez de movernos en coche caminábamos más. Durante aquel viaje nos pasaron cosas extraordinarias pero cuando a mi sobrino le pedí permiso para contarlas en un artículo me sopló un bufido que me despeinó. Por aquel entonces él tendría unos dieciocho años y me dijo algo así como que su vida privada le pertenecía a él y a nadie más. Luego me he enterado de que tampoco le hace mucha gracia que sepan que soy su tío. Y no porque se avergüence de mí, que os conozco, sino porque es una de las personas más discretas que existe sobre la faz de la tierra.

Con mi sobrino recorrí la noche de Bangkok y me lo pasé bomba. Ahora que vengo con P. mi plan de vida está siendo otro. Nos gusta madrugar para ir al gimnasio a correr un rato, tomar el sol en la piscina, pasear sin matarnos, echarnos la siesta y salir a cenar prontito para meternos en la cama lo antes posible. Hoy hemos aprovechado para hacer las visitas de rigor: recorrido en barco por el río, el Buda reclinado y nos hemos quedado sin ver el Palacio Real porque no llevábamos el pasaporte encima y P. iba en bermudas. Pero nos ha impresionado ver la cantidad de gente vestida de negro que salía del Palacio después de mostrar sus respetos a Bhumibol, el rey de Thailandia que murió en octubre del año pasado. Nueve horas de cola han tenido que soportar para cumplir su propósito.

Grandes centros comerciales conviven en la ciudad no sólo con el pequeño comercio sino con el ínfimo. Hay tiendas de todos los tamaños y para todos los gustos. Y muchísima gente por todos lados. Bangkok es una ciudad caótica, exagerada, bulliciosa. Te da rabia quedarte en el hotel porque siempre tienes la sensación de que fuera la vida está pasando a todo correr por delante mismo de tus narices. Pero de vez en cuando es necesario reposar para que el endiablado ritmo de la ciudad no te deje baldado. Edificios con un pasado que se adivina esplendoroso conviven con espectaculares rascacielos. Gente de todo el mundo recorre las calles de manera despreocupada, sin parecer que quieran encontrar algo porque aquí la nada y el todo conviven con alegría de puertas para afuera. Nos invitan a cenar en Nahm, uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Excelente comida thai . Tan picante que nos deja la lengua hecha fuego. A la salida, una pareja un poco mayor que nosotros pide un taxi con la intención de sumergirse en la marchosa vida nocturna de la ciudad. Hace diez años les hubiera acompañado. Hoy estoy deseando que llegue mañana para largarnos a la playa y acabar embadurnado de crema y tomando el sol como un antiguo.