Paso la mañana del jueves con Mónica Naranjo en mi escuela, 'Laboratorio de la Voz'. Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera vez que la vi en televisión. Era un miércoles, en ‘Sorpresa Sorpresa’. En casa de mis padres, en Badalona. Al día siguiente, mi padre nos llevaría a mi sobrino y a mí al aeropuerto porque nos íbamos a Disneyland París. Regalo de comunión. Asocio a Mónica con una de las últimas veces que vi a mi padre sano. Me encuentro con una mujer cariñosísima, muy sencilla, currante, muy generosa. En sus inicios jugó a ser diva y salió bastante indemne de esa arriesgada apuesta. Podría haberse carbonizado, quedar ridícula, anacrónica. España no es amiga de divismos. A mí me gusta mucho la Mónica de ahora. Se nota que es una apasionada de su profesión, una amante de la disciplina y del trabajo bien hecho. Charlar con ella me quita quince años de encima y me devuelve a esa época en la que me desmelenaba en las discotecas con aquellas canciones que se convirtieron en himnos para toda una generación. Me gustó mucho conocerla.