Recuerdo que en ‘Los ochenta son nuestros’, de Ana Diosdado, le preguntaban a un personaje: “¿Y a ti no te da miedo la muerte?”. “No”, respondía, “a mí lo que me da miedo es la vida”. Cuando estuve en Las Palmas de Gran Canaria presentando ‘Grandes Éxitos’, coincidí con una jefa de prensa simpatiquísima que había trabajado muchísimo con Arturo Fernández y que lo adoraba. Le pregunté si Arturo temía a la muerte. “No”, me dijo ella, “a él lo que le inquieta es saber cómo se va a producir”.

Le damos tantas vueltas a ese tema que nos olvidamos de vivir, por eso quiero gozar con la Streisand como si no hubiera mañana. Quién me iba a decir a mí que la vida me ofrecería ver en vivo a una artista que me ha acompañado en tantos y tantos momentos. Soñar con ver a Barbra Streisand en directo, imaginar cómo será el concierto, ha sido más espectacular que el hecho, que también lo fue. Pagamos una cantidad considerable –muy considerable, diría yo– por verla demasiado lejos. Qué carera –de cara– la tía, se pasó un pelín con los precios. Pero estuvimos, que es algo que podremos contar a nuestros nietos.

No sé, fue raro. Estaba el Hyde Park abarrotado pero no vibró como yo pensaba. Quizá porque la Streisand, harta de cantar sus hits, tiró de un repertorio menos trillado. Entiendo su postura y la defiendo. Los seguidores somos demasiado conservadores y queremos escuchar de la gente que nos gusta siempre lo mismo.