Lo bueno que tiene la televisión es que no deja de sorprenderme. Cuando me contaron que Adara iba a entrar en ‘GH VIP 7’, jamás pensé que iba a acabar convirtiéndose en la protagonista absoluta de la edición.

Recordaba que había hecho un buen concurso en ‘GH 17’. Disfrutó el programa y lo vivió a fondo. No llegó a la final pero lo merecía. Luego le perdí la pista. Sabía que le gustaba enzarzarse en disputas tuiteras y que contaba con una legión de fieles seguidores. Y poco más. Hasta que llegó ‘GH VIP 7’ y lo reventó. Es absolutamente magnética. Aparte de tener un primer plano apoteósico, desborda tanta emocionalidad que es imposible despegarse de la pantalla cuando intenta explicarnos qué o cómo se siente.

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Se lleva muy pocos años con Gianmarco pero, a su lado, el italiano parece un niño ilusionado y ella una mujer madura que intuye que lo suyo con el jovencito no podrá llegar a buen puerto porque la vida es muy cabrona.

Y esa intuición hace que su rostro adquiera un leve matiz de desgarro que la hace todavía más seductora. A veces, me recuerda a una actriz del Hollywood de los años cincuenta y, otras, a una elegante señora que gusta de los cafés del Berlín de entreguerras.

Esto último se lo dije en un confesionario y creo que ella me contestó con uno de sus característicos “qué fuerte” o “madre mía”, no lo recuerdo muy bien. Lo que sí tengo muy claro es que su historia con Gianmarco es una de las más bellas que he visto en televisión.

Esas miradas de fuego, ese debatirse entre el querer y no poder, ese exprimir hasta el infinito el tiempo que pasaron juntos en la casa porque sabían que dentro estaban alejados de sus respectivas realidades. A mí, me gustaría que Gianmarco y Adara fueran felices porque es una manera de demostrarle al mundo que sí se puede.