Desconocía el dato: cada año mueren cerca de veinte caballos durante El Rocío por agotamiento. Por la red corren fotografías dantescas: caballos muertos al lado de contenedores de basura, sus vidas no tienen más dignidad que kilos y kilos de mierda.


No entiendo cómo se puede participar alegremente en celebraciones que dejan tras de sí tanta destrucción. El viernes estuvo en ‘Sálvame Deluxe’ Pepe el Marismeño y aproveché que él es un reputado rociero para preguntarle por este asunto. Su respuesta me dejó helado: minimizó el problema, sonrió y no pareció importarle mucho los caballos muertos porque debe considerar que ante todo está su diversión. O creencia. O lo que sea. Los músicos que le acompañaban solventaron el tema haciendo alguna gracia poco graciosa. “El año que viene te llevamos a la grupa de un caballo”, dijeron. Vamos, que al marica que soy yo se le iba a convencer paseándolo como a una señorita. Veo a mucho señorito que acude al Rocío todo empingorotado cargando contra el tipo de programas que presento. No creo que esa gente esté capacitada para criticarnos cuando disfrutan con lo que disfrutan. Al menos nuestros damnificados tienen derecho a presentarse en los tribunales. Desde Ginebra, me escribe un mail Ainhoa Arteta dándome las gracias por hacerme eco de lo que sucede en El Rocío con los animales. El domingo hablo con Beatriz, de la Asociación Baas Galgo, y me cuenta que la semana pasada salvaron a un galgo in extremis de morir quemado por una panda de desalmados en La Puebla de Montalbán, Toledo. La llamo el lunes para preguntarle por el galgo y me cuenta entre llantos que tras cinco días de lucha ha muerto. Los desalmados que lo atacaron lo habían obligado a beber gasolina y contra eso no pudieron hacer nada. Yo también lloro mientras la escucho.