Con los muchachos jóvenes y de buen parecer que acuden al programa me sucede una cosa muy curiosa. Se acercan y me dedican sonrisas insinuantes, comentarios picarones y caídas de ojos practicadas en miles de barras de bar a eso de las tantas de la madrugada.



Creen que soy un facilón al que se le conquista de esa manera tan vulgar. Y que de esa manera conseguirán que no les haga esas entrevistas tan demoledoras que yo hago y que me han convertido en la Ana Pastor –la periodista, no la ministra– del universo rosa. Si piensan que yo me derrito con un piropo no andan desencaminados, lo reconozco. Eso es sólo lo que nos diferencia a Ana Pastor y a mí. Mientras ella se cabrea cuando Rafael Correa la llama 'Anita', yo soy capaz de decirle a un invitado: “¿Dónde tomamos luego la copa?”, si se atreve a llamarme 'Jorgito'.

 

Si se pasa la lengua por los labios de manera harto insinuante hasta puedo llegar a preguntarle: “¿En tu casa o en la mía?”. Sin embargo con Alberto Isla no me pasó eso. Se le ve demasiado el plumero. Me gusta que los invitados se me insinúen pero no que se acerquen a mí como quien echa migajas a un viejo verde para tenerle un rato contento.

 

Alberto tiene 20 años y mucha seguridad en sí mismo. Quizás demasiada. Está acostumbrado a sonreír y que determinado tipo de muchachas tengan que hacer serios esfuerzos para que no se le caigan las bragas al suelo. Es Antonio David Flores 2.0. Y aunque no ha estado tanto tiempo con Isabel II como Flores estuvo con Carrasco, se le adivina suficiente mala leche y amor por el postureo para luchar por una silla a tiempo parcial en el ‘Deluxe’.

 

Hablando de sillas. No puedo dejar de obsequiaros con la vista que desde la mía tuve con la actuación de Yurena. Apareció ataviada con un vestido que, según ella, estaba inspirado en la exquisita película ‘In the mood for love’. El traje, claro está, era tan exquisito como la película. No hay duda. Adjunto la prueba.